Cuando llegué a Caracas, desde mi pueblo original de residencia, en Septiembre de 2014, la Capital de Venezuela se encontraba recuperando de una jornada intensa de protestas que habían ocurrido a inicios de año. Para el momento en que llegué a Caracas reinaba una especie de normalidad, y posiciones encontradas sobre la justificación de las protestas. Para ese momento, algunos alimentos empezaron a escasear pero nadie imaginó lo que vendría luego. Mi primera semana de clase en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela en Diciembre de ese año también fue un poco intensa. La universidad se preparaba para elecciones de representantes estudiantiles tanto a nivel federativo como a nivel de facultades y escuelas. Esa primera semana de clases, algunas clases se interrumpían cuando ingresaba algún candidato al salón con autorización del profesor de turno para darnos su discurso y motivar el voto a su favor. En el primer semestre de la carrera no entie
El Ávila está lleno de
numerosos caminos que conducen a distintas partes y que enamora a todo el que
lo visita, quizás sea por eso que los caraqueños se sienten orgullosos de él y
es el lugar que más visitan los fines de semana.
Hace no mucho me dispuse a
realizar una nueva ruta dentro del pulmón vegetal de la capital venezolana,
después de una investigación en internet sobre los cientos de lugares que
ofrece me decidí por conocer el Picacho
de Galipán en la cara Norte de la montaña, con una vista hacia la costa del
estado Vargas.
Estaba pasando de esos días
en los que la organización mental es escasa, donde necesitaba el contacto con
la naturaleza para organizar ideas y proyectos que llegaban a mi mente pero en
los que ninguno me centraba y creo que no pude haber elegido mejor lugar.
Me decidí a salir de casa un
poco tarde pero aun de mañana, me fui a la parada de los Jeeps en Cotiza, la
misma parada para llegar a Galipán y me monto rápido en la parte trasera de uno
de ellos.
Aparte de mí, iban dos
familias contrastantes entre ellas totalmente. Una de ellas formada por 5
integrantes que vivían en Galipán, el señor y sus hijos trabajadores del campo
y la señora ama de casa, familia humilde pero con un sentido del humor
envidiable. La otra familia formada por 3 personas, el señor era guardaespaldas
de un reconocido militar, la señora era ama de casa y ambos tenían una niña
hermosa.
Entre ambas familias inicio
una conversación sobre el nivel de vida de cada una, el señor guardaespaldas
estaba interesado en saber más sobre cómo es la vida que se vive en Galipán,
creo que se sorprendió muchísimo cuando el otro señor le comento que ganaba
2000 Bs semanales comparado con los 15.000 Bs semanales que el guardaespaldas
ganaba, dicho por él mismo. El guardaespaldas no podía creer que eso le diese
para vivir, y realmente no le da pero por supuesto lleva una vida de menos
excentricidades que el otro.
Así sucede lamentablemente,
quien siembra el alimento tiene un salario menor que el que protege a quien nos
lo quita. Ese día yo andaba buscando la desconexión en la naturaleza, pero
también me lleve una gran lección de humildad. El señor que cobra poco por su
trabajo vive feliz con su familia, el sentido del humor nunca le falto en el
camino, por lo que supongo que es igual en su casa, se ríe de las dificultades
y se apoya en su familia para seguir adelante, cuando la cosa se pone dura es
mejor estar acompañado.
Me bajo en el caserío de
Boca de Tigre, se llega después que se pasa Los Venados, se conoce porque tiene
algunas vendimias de dulces y de cachapas. En Boca de Tigre se encuentran tres
caminos, que conducen a Caracas, Galipán y La Guaira respectivamente. Cercana a
la carretera hay una entrada que tiene unas rejas, el camino es de tierra.
Entre por allí pero en la entrada el camino se bifurca, tome el camino
equivocado (el de la izquierda) así que me devolví, como estaba inseguro si el
otro camino me conducía al Picacho regrese a la carretera y camine como unos 30
minutos, creí que estaba perdido, me encontré a un señor, le pregunte y
efectivamente estaba perdido. El camino correcto fue del que dude, así que tuve
que dar marcha atrás.
Regrese a las rejas, volví a
entrar y tome el camino correcto (derecho a penas se entra), esto lo confirme
con una pareja que venía de regreso y les pregunte. El camino es de tierra, al
principio es suave, luego se complica un poco, pero nada que no se pueda
realizar, cuando vas llegando el camino se hace de piedras, que te hacen cansar
más rápido si no llevas los zapatos adecuados.
Al fondo ves unas antenas,
es allí donde debes llegar. Para quien sufra de vértigo, mejor tenga cuidado,
en algunas partes el camino es angosto y lo que se ve es aquel voladero.
Desde ya se puede ir viendo
el mar, pero es cuando llegas a las torres que logras ver el Puerto, Aeropuerto
y la Costa del estado Vargas en pleno. Una panorámica que te enamora, puedes
ver cómo llegan y como se van las embarcaciones, el sol te baña con su brillo y
la brisa viene con olor a mar. Allí dejo que la brisa se lo lleve todo, lo que
será, será.
Recomiendo visitar este lugar al atardecer, la luz y el momento son dignos. Dos horas de meditación en la cumbre fueron las justas para poner todo en orden en mi cabeza. Las montañas generan una paz que solo ellas pueden brindarte, ellas representan millones de años de evolución y de sabiduría.
Muchos le atribuyen al Picacho propiedades mágicas, no sé si será verdad, lo que sí sé que es cierto es que quien lo visita le gustaría volver una y otra vez. Es el lugar perfecto para darse un respiro, para poner pausa al menos por un momento a la vida ajetreada de la ciudad, poner en orden ideas, darle un repaso a lo que estamos haciendo y regresar como una nueva persona.
Instagram: https://www.instagram.com/soyluisalvarado/
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