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Simón dice: Recuerda

Cuando llegué a Caracas, desde mi pueblo original de residencia, en Septiembre de 2014, la Capital de Venezuela se encontraba recuperando de una jornada intensa de protestas que habían ocurrido a inicios de año. Para el momento en que llegué a Caracas reinaba una especie de normalidad, y posiciones encontradas sobre la justificación de las protestas. Para ese momento, algunos alimentos empezaron a escasear pero nadie imaginó lo que vendría luego.  Mi primera semana de clase en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela en Diciembre de ese año también fue un poco intensa. La universidad se preparaba para elecciones de representantes estudiantiles tanto a nivel federativo como a nivel de facultades y escuelas. Esa primera semana de clases, algunas clases se interrumpían cuando ingresaba algún candidato al salón con autorización del profesor de turno para darnos su discurso y motivar el voto a su favor. En el primer semestre de la carrera no entie

Maracaibo: Tierra Mollejua

Llegué a la Bandera a eso de las 5:30 pm. Busqué pasaje y encontré que me robaran sin pistola. Logré comprar mi pasaje, pero aprendí que debo comprar directamente a la oficina de la línea de transporte y no a los vendedores que gritan por los pasillos. Esto lo explicaré en otra entrada.

Tuve que esperar por algún tiempo a que llegara la unidad. Cuando llegó, después de algunas discusiones sobre el equipaje y la cola para subir, logré montarme. Un maracucho se sentó a mi lado. Hablamos en el camino. Me contó que está en el primer año de la Escuela Militar, sobre lo duro que ha sido venirse lejos de su familia, sobre lo difícil que es manejarse en Caracas y sobre los castigos que les imponen en la Escuela.

Pase todo el camino hasta el Zulia con un frío malandro. El aire del autobús enfrió como nunca. Yo ni siquiera un sweater  llevaba. En mi mente estaba el calor marabino pero se me había olvidado calcular el detalle del autobús. Cuando pasé el Puente Sobre el Lago no sentí la emoción, lo que sentía era que ya estaba tullido del frío. Después que nos detuviese migración alrededor de media hora continuamos y por fin llegué a La Tierra del Sol Amada.

En el terminal, basura por todos lados. Lo único limpio es la pancarta de la alcaldesa del Municipio. Esperé que amaneciese un poco más para empezar a patear calle. Fueron solo 30 minutos que me sirvieron para revisar mi mapa y saber que sería lo primero que visitaría. Ya salió el sol y con él salí yo del terminal. Pregunté por la Basílica de la Chiquínquira y amablemente me dieron la dirección. Caminé bastante, creo que o me perdí o tomé el camino largo. El mapa me indicaba solo un par de calles. Me di cuenta que no solo el terminal estaba lleno de basura, también lo estaban las calles, las aceras y el mercado.

Detalles de la Basílica
Cuando la vi por su parte posterior sabía que era ella, era la Basílica. Imponente, magnifica. Irradia una paz maravillosa. Entré y su interior me enamoró. No soy artista pero cuando veo arte, lo valoro y me encanta. El interior de la Basílica es sencillamente una obra de arte. Sus delicados pilares bañados con la luz del sol que sale justo en frente de ellos, el techo perfectamente diseñado, las puertas y el piso, perfección pura.

Un marabino rezándole a la Virgen
Era muy temprano, quizás las seis y media de la mañana y ya la Basílica estaba llena de personas que como fieles iban a arrodillársele a la imagen de la Chiquínquira. La devoción marabina por la Chinita fue algo que realmente me conmovió. Su imagen nunca estaba sola, tenía, en definitiva, muchos devotos. Fue el momento perfecto para agradecer el estar allí, el estar vivo, el tener aire en mis pulmones y un corazón galopante. No era el momento para pedir algo, era el momento para agradecerlo todo.

Mi foto con la Chinita

Monumento a la Chinita en el Amanecer
Afuera el sol brillaba resplandeciente, con una fuerza increíble. El catire salió con las pilas puestas. Caminé por el Paseo de la Chiquínquira. Esto sí que es limpio. Al fondo se ve la silueta de una maravillosa mujer con un niño cargado en brazos. ¡Es la Chinita!. El paseo está lleno de árboles que dan sombra cuando el sol se vuelve más inclemente. Me gustaron mucho los asientos, el piso, los jardines, los jarrones, la forma en la que se colocaron los árboles y las farolas. Seguí caminando, el paseo es bastante largo. Apenas se acaba, tienes frente a ti la fachada de la Iglesia Santa Bárbara. La fachada impresiona, quizás sea el vibrante color con la que está pintada lo que llama la atención de todos.

Pies mochileros frente al Teatro Baralt.
Caminé hasta la Plaza Bolívar y decidí que era el lugar perfecto para tomarme un descanso. Elegí el mejor lugar para sentarme. Tenía al Teatro Baralt justo frente a mí. Inaugurado en 1883, este teatro se complació en presentar la primera proyección cinematográfica en el país. Frente al teatro, un hombre armaba su negocio y comenzaba a vender agua de coco. Fui a preguntar sobre el Teatro, no me permitieron entrar. Me dijeron que ya no hacen muchas presentaciones, solo los domingos para un evento infantil.

Mientras descansaba aproveché para ubicarme en el mapa pero, no me aparecía en éste el barrio de El Saladillo. Me llamó la atención que por la Av. 5 –justo por donde estaba sentado- se veía al lado del teatro algunas casas de colores llamativos, así que fui a ver. Para mi sorpresa me encontré con El Saladillo, varias calles repletas de colores, de farolas y de casas con grandes puertas y ventanales. Admito que siento debilidad por las calles coloniales. Lo he sentido en Coro, Cumaná y ahora en Maracaibo.

Panorámica de El Saladillo

El Saladillo recibe este nombre –según cuenta la historia- por unas salinas que se encontraban cercanas al lugar donde se encuentra hoy en día este barrio. Algunos documentos encontrados dan a entender que este fue el primer asentamiento fundado en lo que es actualmente el Estado Zulia. Este barrio ha sido fuente de inspiración para muchos gaiteros que con sus cantos enaltecen al Zulia y a su Chinita. No es para menos. El Saladillo es la zulianidad expresada en su totalidad.

Fachadas de El Saladillo

Después de recorrerlo, tomar muchas fotos de las fachadas y llamar –sin respuesta- a la “ventanita del sabor” me regresé a la Plaza Bolívar para visitar la Catedral de Maracaibo que queda justo en frente. Algo que me pareció curioso de esta ciudad es la cantidad de edificaciones religiosas que uno se puede encontrar y, además, están muy cercas las unas de las otras.

La Catedral estaba cerrada. Las siguientes 3 horas se resumen en intentar sacar efectivo en alguno de los bancos de la ciudad. El Banco de Venezuela que queda frente al Banco Central de Venezuela-Sede Maracaibo es TERRIBLE –con mayúsculas y todo- Me cuentan que siempre las colas son eternas que solo funciona uno o a veces dos cajeros. Me lo tomo con calma, me tomo un cepillado de Cola y decido irme a otro banco, donde la cola es igual o peor. Por fin logro sacar efectivo en un TBcom clandestino y me voy caminando hasta el Mercado Guajiro.

Tejidos Wayúu
Me esperaba algo tipo mercado popular en el que los Wayúu vendieran sus productos, pero en realidad me encontré con puestos comerciales establecidos por –si no me equivoco- la gobernación de la entidad. Aunque se puede ver gran variedad de artesanías y tejidos, particularmente me resistí a comprar algo porque me extrañó ver pocos Guajiros y sospeché que esto pudiese ser un negocio en el que personas No Wayúu revenden las artesanías Wayúu. Algo que se ve a menudo. Pero la verdad no lo sé. Quizás ese día simplemente no había muchos indígenas en la zona, quisiera creer eso.

Los tejidos Guajiros se conocen por sus brillantes colores: amarillo, azul, verde, fucsia. Son expertos trabajando los hilos. Ellos cuentan su historia a través de los tejidos, la conocen muy bien y por eso tejen rápido. Años de experiencia.
Plazoleta del Mercado Guajiro. Al fondo los locales de artesanía Wayúu

Feliz con mi patacón
Justo en el mismo mercado hay un puesto de comida donde venden los afamados patacones a un precio realmente bueno. No me lo van a creer pero se me fue bastante difícil encontrar un lugar donde vendieran esta comida marabina. Fue un golpe de suerte encontrarme con este local donde los sirven suculentos con el infaltable queso. Lugar recomendado. No tengo el nombre del local, pero creo que es el único en el pequeño mercado. Queda en la plazoleta que está detrás de las tiendas de artesanía.

Señor José Luis, Artesano Wayúu


Después de comerme mi patacón sigo viendo algunas tiendas y con ganas de tener más información sobre los tejidos. Me encuentro con José Luis quien también tiene un puesto de artesanía. Me recibe amablemente y no se molesta en echarme unos cuentos de su vida y sobre los trabajos que realiza. Lleva haciendo tejidos desde que regresó de Caracas, a donde se fue en búsqueda de oportunidades-. Es un experto. Mientras hablábamos él iba tejiendo. En menos de media hora ya había tejido frente a mis ojos una preciosura de manta. Me cuenta que su nombre en Wayúu –Kamanewaa- significa “Ser Amable”. Pues solo diré que le hace honor a su nombre. Si visitan este lugar hablen con él, estará dispuesto a atenderles siempre.

La sombra de la que les hablo, bajo el Cují
De allí agarro una camioneta que me deja en la Vereda del Lago. Camino por la entrada de este paseo. Cuando se empieza a divisar el Lago la sensación es increíble, estas allí frente al lago más grande de Latinoamérica, ese mismo que ha tenido que presenciar tantas cosas, como un evento del paro de 2002 así como una de las guerras más decisivas para la independencia de Venezuela. El mismo lago por el que los afanados por conseguir el oro negro se vuelven locos. Es magnífico.

El sol es inclemente. En Maracaibo no hay mejor forma de refrescarse que con uno –o varios- cepillados con jarabe. Sentado bajo una mata de cují y con vista al Lago me disfruto mi cepillado. El libro Dragones en la Puerta –regalo de mi papa-fue mi acompañante bajo aquella sombra dichosa. Me dispuse a buscar a los tranvías pero no estaban trabajando en sus rutas turísticas ese día. Al menos esa fue la información que me dieron en la estación central ubicada allí mismo en la Vereda del Lago.

Se hacía tarde pero yo quería conocer un lugar más antes de partir de esta bella –pero sucia- ciudad. Tome una camioneta a las afueras de la Vereda que me paseó por toda la Avenida El Milagro y me dejó al inicio de la Avenida Libertador. Me la camine toda. Fachadas coloniales por doquier a mi derecha y, a mi izquierda el gran Lago de Maracaibo. Llegué hasta el Puerto donde estaban algunas personas esperando para embarcar hacia Los Puertos de Altagracia. Me dieron ganas de embarcarme también, pero había mucha gente esperando y al parecer la embarcación tarda en llegar bastante.
Avenida Libertador, Maracaibo.
Como plan alternativo abrí mi mapa, consulte lo que quedaba cerca de donde estaba y descubro que hay un centro de arte, así que me voy a pata hasta allá. Es el Centro de Arte Lía Bermúdez. Una obra de Jesús Soto te recibe a penas abres la puerta de vidrio. Una obra que homenajea al Lago y que te invita a meterte de lleno en “El Penetrable del Zulia”.

El Penetrable del Zulia, Obra de Jesús Soto. 
Plaza Baralt.
Una colección bastante buena adornan las paredes de este Centro de Arte. Arte que muestra las creencias indígenas, arte irreal, arte crítico y de protesta política es lo que más resalta. Al salir me dirijo hacia la plaza Baralt, tratando de ignorar la basura a los lados, me disfruto del paseo y de una gaita que sonaba en algún comercio. Este boulevard se presta para caminarlo, es bastante bonito a horas de la tarde. Caminando llego a la Iglesia de Santa Bárbara y emprendo camino de regreso por el Monumento a la Chinita que en horas de la tarde tiene un encanto particular, caminarlo a esta hora me gustó bastante.

Vista de la Basílica a horas de la tarde.
Voy de regreso al terminal y en mi paso por un mercado popular me compro uno Tequeyoyos –tequeños rellenos de tajadas jamón y queso- ¡Son la gloria! Me comí varios, estaban excelentes. Continúo camino hasta el terminal donde compro pasaje de vuelta, esta vez directamente en la oficina. Fue una salida del Zulia bastante retrasada, yo solo podía reírme. Nos detuvo migración, algunos pasajeros no aparecían, la guardia nos hizo bajar el equipaje para revisarlo dos veces, otros pasajeros se perdieron, la Guardia detuvo al chofer. En fin, un regreso accidentado pero gracias a Dios regresé bien y con muchas experiencias y cuentos que contar.































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