Por primera vez en 25 años pareciera ser que mi país, Venezuela, tiene una oportunidad real de lograr un cambio de gobierno por la vía democrática del voto. Sin embargo, intento no emocionarme y mantener mi esperanza al mínimo. La desesperanza aprendida y la indefensa adquirida ya son parte de mi mecanismo de defensa para enfrentar la realidad de mi país. Hemos pasado demasiadas cosas en los últimos años. No quiero ilusionarme en vano. En mi país, tenemos una relación complicada con las elecciones. Conscientemente, unos días antes de las elecciones me abastecí de alimento, porque uno nunca sabe qué pueda ocurrir, y si algo ocurre lo mejor es que te agarre con alimento en casa. En Catia, el barrio donde vivo, se escucha “compren velas, por si acaso”. Todo parece estar normal, sin embargo, tengo una semana que no logro dormir más de 4 horas en la noche. La ansiedad toma mi cuerpo y trato de poner en práctica todas las herramientas que conozco para gestionarla. Un dolor de cabeza aparec
Cada
persona tiene una historia que contar. Durante mis viajes me he topado con
personas que se abren a contarme su historia. Por lo que han pasado. Sus
vivencias. Me lo cuentan como si nos conociésemos, como si no importara que
justo me acaban de conocer. Que no saben quién soy. Que solo saben de mí que
cargo una pesada mochila, que viajo y que me acabo de topar con ellos quien
sabe por qué razón.
Señor José Luis, artesano Wayúu |
“Yo estoy en este negocio desde hace años, mi
papá fue sastre y yo también lo soy” me contaba Walter por las calles de El
Saladillo y más tarde me topé con José Luis quien me contó que su papá había
muerto cuando él era muy joven, que en los años 70’ se fue a Caracas a probar
suerte donde trabajó de plomero, electricista y cualquier oficio que saliera
pero al final “me regresé a mi tierra, a
donde pertenezco”.
Viajando
por un país en medio de una crisis económica y una situación grave de escasez
de alimentos me encuentro con historias como la de Luisa, una cantinera de un
colegio en Barlovento que me decía “ahorita
tenemos que cerrar para ir a hacer la cola y ver que podemos comprar para
ofrecerles a los niños mañana”, sin embargo me decía que era feliz con su
trabajo.
Muchas
veces me compenetro con las historias, las siento y me duelen. Muchas son
historias felices, otras no tanto. Cada quien se desahoga con lo que tiene, con
lo que carga. Como José Guerra, una de las personas más emprendedoras que he
conocido, quien me contaba que ya estaba en trámites para irse del país. Sus
palabras fueron: “Me gusta Venezuela pero
no quiero que este sea el país en el que mis chamos crezcan”. Había pasado
por un secuestro y un atraco en la puerta de su casa. La decisión ya estaba
tomada.
Las
historias se repiten, en cada estado que visito las historias nunca dejan de
ser contadas y yo no tengo ningún problema en escucharlas, quizás en ese
momento esté ayudando a alguien sin saberlo, quizás esa persona me está
ayudando a mí, no lo sé. Pero lo que me cuentan no son simples historias, me
cuentan su vida, comparten conmigo una parte de su mundo y cuando regreso a
casa lo haga cargando mucho más que un simple souvenir.
Comentarios
Publicar un comentario