Cuando llegué a Venezuela desde Nepal, lo hice estando bastante enfermo. Mi estadía en Nepal me había activado varios virus que desconocía hasta ese momento. Estuve en varias consultas médicas con distintas especialidades tratando de buscar un diagnóstico, y con cada uno de los médicos que visitaba se abría una nueva historia clínica, que implica en primer lugar la búsqueda de antecedentes de cualquier tipo de patología. Todo iba bien con los antecedentes maternos, tenía toda la información que me solicitaban: antecedentes de diabetes, hipertensión, cáncer, etc. Pero cuando implicaba dar información sobre mi papá, solo se oía el silencio. A ver, conozco a mi papá, crecí con él, tengo la fortuna de tenerlo aún conmigo, tiene más de 35 años de casado con mi mamá, somos cercanos, pero él siempre ha sido un hombre sano, o al menos eso creemos todos. A mi papá no le gustan los hospitales ni nada de lo que tenga que ver con chequeos médicos, de mi papá desconozco hasta el tipo de sangre. Ad
Cada
persona tiene una historia que contar. Durante mis viajes me he topado con
personas que se abren a contarme su historia. Por lo que han pasado. Sus
vivencias. Me lo cuentan como si nos conociésemos, como si no importara que
justo me acaban de conocer. Que no saben quién soy. Que solo saben de mí que
cargo una pesada mochila, que viajo y que me acabo de topar con ellos quien
sabe por qué razón.
Señor José Luis, artesano Wayúu |
“Yo estoy en este negocio desde hace años, mi
papá fue sastre y yo también lo soy” me contaba Walter por las calles de El
Saladillo y más tarde me topé con José Luis quien me contó que su papá había
muerto cuando él era muy joven, que en los años 70’ se fue a Caracas a probar
suerte donde trabajó de plomero, electricista y cualquier oficio que saliera
pero al final “me regresé a mi tierra, a
donde pertenezco”.
Viajando
por un país en medio de una crisis económica y una situación grave de escasez
de alimentos me encuentro con historias como la de Luisa, una cantinera de un
colegio en Barlovento que me decía “ahorita
tenemos que cerrar para ir a hacer la cola y ver que podemos comprar para
ofrecerles a los niños mañana”, sin embargo me decía que era feliz con su
trabajo.
Muchas
veces me compenetro con las historias, las siento y me duelen. Muchas son
historias felices, otras no tanto. Cada quien se desahoga con lo que tiene, con
lo que carga. Como José Guerra, una de las personas más emprendedoras que he
conocido, quien me contaba que ya estaba en trámites para irse del país. Sus
palabras fueron: “Me gusta Venezuela pero
no quiero que este sea el país en el que mis chamos crezcan”. Había pasado
por un secuestro y un atraco en la puerta de su casa. La decisión ya estaba
tomada.
Las
historias se repiten, en cada estado que visito las historias nunca dejan de
ser contadas y yo no tengo ningún problema en escucharlas, quizás en ese
momento esté ayudando a alguien sin saberlo, quizás esa persona me está
ayudando a mí, no lo sé. Pero lo que me cuentan no son simples historias, me
cuentan su vida, comparten conmigo una parte de su mundo y cuando regreso a
casa lo haga cargando mucho más que un simple souvenir.
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