Me
desperté de golpe cuando vi que ya empezaba a aclarar. La noche fue bastante
tranquila, un poco calurosa. El alba se podía ver desde mi carpa. El sol
comienza a salir detrás de las montañas del Parque Nacional San Esteban que
cubren la ensenada por el Este. Aproveché para sacar unas fotos y caminé
alrededor de la ensenada hasta llegar al punto en el que se puede subir a una
gran roca para observar el paisaje desde la altura.
Se
apreciaba la ensenada en todo su esplendor y se divisaban los destellos de luz
solar saliendo de las montañas. El agua se tiñó de dorado. Un paisaje digno de
la geografía venezolana. La conjugación entre el mar y las montañas era una
perfecta armonía de colores.
Ya
estaba bueno de apreciar el paisaje, ahora era tiempo de disfrutarme el agua.
Estaba un poco fría. Como no hay oleaje el baño se disfruta completico. Algunos
peces saltaban por allá y acuyá. Unos pescadores hacían su trabajo más alejados
de todos. Algunas lanchas llegaban de vez en cuando a la ensenada, ensuciando el
agua con el aceite de motor, para
preguntar si alguno de los que estábamos allí nos íbamos a ir a Patanemo con
ellos, el pasaje estaba en 1.000 Bs por persona (Enero 2016) una verdadera
locura.
Termine
de bañarme, me cambié, recogí mis macundales y ráspalo de vuelta. De regreso no
me perdí, pero si me cansé. Es que el camino, sea de ida o vuelta, es bastante
exigente. Hice pocas paradas, estaba temprano, pero como ya sabía cómo se maneja
lo del transporte, lo mejor era estar lo más temprano posible en la parada del
bus. Llegué a Patanemo con una cierta satisfacción en mi interior, y agarré un
mototaxi hasta la parada del bus. Tengo que admitir que a pesar de que en algún
momento llegué a decir que “Nunca me iba a montar en mototaxi” ya como que le
estoy agarrando el gusto, una semana antes tuve que tomar uno para llegar a
tiempo a una reunión muy importante en Caracas.
Llegue
a la parada del bus a las 11:15 am. En la espera llegó un grupo de amigos que
también habían estado acampando en Yapascua. Eran estudiantes –otros ya
egresados- de Biología en la Universidad de Carabobo. La conversación empezó a
fluir rápidamente. La espera del bus se hizo menos tediosa. Angel –uno de los
muchachos- había sido Scout, había recorrido muchos estados y acampado en
muchas partes, era el que tenía más experiencia mochileando. Anahí –una de las
chicas- me preguntaba sobre Mochima, me contaba que quiere viajar sola pero que
no se arriesga, que tiene miedo, que no sé cuántas cosas más. Le di mis consejos
y espero que los tome.
Fue
a las 12:30 cuando por fin no montamos en el bus de regreso a Puerto Cabello.
Un camino que normalmente podrían ser 20-30 minutos, pues mi autobús se echó 2
horas. El bus iba metiéndose a cada pueblo y parándose a cada momento. Pero al
final me sirvió para conocer más a otro de los muchachos, que está haciendo su
tesis para graduarse, sobre la esquizofrenia. Hablamos casi todo el camino sobre
la crisis universitaria, la falta de financiamiento para las investigaciones y
las limitaciones a la hora de crear nuevos conocimientos dentro de las universidades.
Al
fín llegamos a Puerto Cabello, me despedí del grupo de amigos, ellos se
quedaron almorzando y yo me fui hasta Valencia, de allí a Caracas y retorné a
mi viejo, descuidado pero siempre fiel amigo: El terminal “La Bandera”.
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