Cuando llegué a Venezuela desde Nepal, lo hice estando bastante enfermo. Mi estadía en Nepal me había activado varios virus que desconocía hasta ese momento. Estuve en varias consultas médicas con distintas especialidades tratando de buscar un diagnóstico, y con cada uno de los médicos que visitaba se abría una nueva historia clínica, que implica en primer lugar la búsqueda de antecedentes de cualquier tipo de patología. Todo iba bien con los antecedentes maternos, tenía toda la información que me solicitaban: antecedentes de diabetes, hipertensión, cáncer, etc. Pero cuando implicaba dar información sobre mi papá, solo se oía el silencio. A ver, conozco a mi papá, crecí con él, tengo la fortuna de tenerlo aún conmigo, tiene más de 35 años de casado con mi mamá, somos cercanos, pero él siempre ha sido un hombre sano, o al menos eso creemos todos. A mi papá no le gustan los hospitales ni nada de lo que tenga que ver con chequeos médicos, de mi papá desconozco hasta el tipo de sangre. Ad
Fue
en 2010 cuando visité Mucuchíes. La Iglesia de Piedra la encuentras en medio de
un camino que se bifurca. Puedo recordar
la humedad en las piedras, el humo que salía de una casa al fondo, una señora
que vendía el “calentaíto” y a unos campesinos que descansaban junto a su burro
de carga justo frente a la iglesia.

La
devoción religiosa los unió aún más. Ambos construyeron el Patrimonio Nacional
de El Tisure. Ella hacía los hilos de lana, el los tejía y juntos creaban. Un
par de andinos que se querían. Él se fue primero, luego partió ella. Él no se
llamó Shah, ella menos Muntaz, su mausoleo no es de mármol, pero su historia de
amor es recordada en cada casa de Mucuchíes.
Son
visitados cada año por cientos de turistas que no saben quiénes fueron, no
importa, ellos nunca trabajaron para el reconocimiento público. En el Mausoleo
del Amor Venezolano descansan, Juan Sanchéz y Epifanía Gil.
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