Por primera vez en 25 años pareciera ser que mi país, Venezuela, tiene una oportunidad real de lograr un cambio de gobierno por la vía democrática del voto. Sin embargo, intento no emocionarme y mantener mi esperanza al mínimo. La desesperanza aprendida y la indefensa adquirida ya son parte de mi mecanismo de defensa para enfrentar la realidad de mi país. Hemos pasado demasiadas cosas en los últimos años. No quiero ilusionarme en vano. En mi país, tenemos una relación complicada con las elecciones. Conscientemente, unos días antes de las elecciones me abastecí de alimento, porque uno nunca sabe qué pueda ocurrir, y si algo ocurre lo mejor es que te agarre con alimento en casa. En Catia, el barrio donde vivo, se escucha “compren velas, por si acaso”. Todo parece estar normal, sin embargo, tengo una semana que no logro dormir más de 4 horas en la noche. La ansiedad toma mi cuerpo y trato de poner en práctica todas las herramientas que conozco para gestionarla. Un dolor de cabeza aparec
Luego de haber visto Érase una Vez en Venezuela en cine, el film venezolano que va camino a los Oscars, me convertí en un embajador no oficial del film y de su mensaje.
La realidad venezolana se plasma en un film que cubre aproximadamente 5 años y que captura no sólo el devenir de la crisis política en Venezuela sino que también captura la profunda crisis social y humanitaria y la fuerte desfragmentación del tejido social que atraviesa mi país.
Luego de haber donado a la campaña de recolección de fondos que realizó el film con el ánimo de financiar su camino a los Oscars, me fue enviado el link para acceder a la película en línea como retribución a mi donación. Organicé una noche de películas para ver junto a seres queridos este film y seguir promoviendo que más personas lo vean, lo sientan suyo y lo compartan.
Mi hermana, justo a mi lado durante la proyección de la película, pronunció dos frases que se quedaron en mi cabeza durante todo el film y que me motivaron a escribir esta entrada de mi blog.
La primera frase vino cuando la niña Yoaini entró en escena, mi hermana exclamó: "¡Esa niña se parece a mi!"; mientras que la segunda frase que me generó inquietud por escribir estos párrafos, llegó cuando la maestra Natalie aparece, la frase fue algo así como: "¡ah! Yo como que la conozco!" A simple vista pueden parecer frases habituales exclamadas durante la proyección de un film, sin embargo, para mi fue el reflejo de la necesidad que tenemos de ver, vivir y sentir más nuestras propias narrativas como país.
Por supuesto que Yoaini se parece físicamente a mi hermana, en tanto que la piel tostada, ojos café y cabello perfectamente imperfecto llenan la escena. No sólo se parece a mi hermana, se parece al 90% de las niñas y jóvenes venezolanas.
No hay manera de que mi hermana conozca a Natalie, pero muchos podemos vernos reflejados en su carácter. Y de seguro todos conocemos la historia de alguna Natalie. Así como tampoco hay manera de que conozcamos a la Señora Tamara, pero de seguro todos conocemos a una Tamara en nuestra comunidad.
Todos podemos sentirnos identificados con el film, en tanto que el mismo no es la historia de otro, es nuestra propia historia y por eso duele tanto.
Mi piel se eriza cuando en Congo Mirador se anuncian los resultados de las elecciones parlamentarias del 2015, y siento el mismo cúmulo de emociones que ese mismo día en mi apartamento en Caracas frente al TV.
Mis ganas de llorar entran cuando empiezan a migrar los pobladores de Congo Mirador en 2018, el mismo año en que mi hermano al igual que otros 4 millones de connacionales dejaron atrás Venezuela.
Y como quién viene de un pequeño pueblo del interior del país me indigno frente a la dejadez y desidia de nuestros gobernantes frente a nuestros pueblos.
Crecemos expuestos a tantas historias de tantos lugares y de tantas personas que olvidamos nuestra propia historia y nuestros propios procesos. Érase una vez en Venezuela es para mí una oportunidad para volver a conectar con nuestra historia, y con todo ese dolor colectivo que cargamos como país que no nos permite evolucionar.
Érase una vez en Venezuela es una oportunidad para reconocernos individualmente y exponer nuestras heridas más profundas como país, para que en algún momento toda esta memoria que estamos construyendo colectivamente nos ayuden a perdonar y reconciliarnos como nación.
Un gran sentimiento de tristeza se mete en mi pecho cuando el film termina, y a su vez una sensación de esperanza viene acompañado con el pensamiento de que el fin del film no es el fin de nuestra historia. Aunque el film culmina en un punto determinado, nosotros como país seguimos construyendo nuestro presente y futuro.
Creo que todo venezolano debería ver esta película, en lo que a mí respecta, haré lo propio para que así sea.
También debo decir que todo esto me ha recordado a una charla TED que vi hace algún tiempo Chimamanda Adichie, titulada El peligro de la historia única la cual les invito a ver
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