Cuando llegué a Caracas, desde mi pueblo original de residencia, en Septiembre de 2014, la Capital de Venezuela se encontraba recuperando de una jornada intensa de protestas que habían ocurrido a inicios de año. Para el momento en que llegué a Caracas reinaba una especie de normalidad, y posiciones encontradas sobre la justificación de las protestas. Para ese momento, algunos alimentos empezaron a escasear pero nadie imaginó lo que vendría luego.
Mi primera semana de clase en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela en Diciembre de ese año también fue un poco intensa. La universidad se preparaba para elecciones de representantes estudiantiles tanto a nivel federativo como a nivel de facultades y escuelas. Esa primera semana de clases, algunas clases se interrumpían cuando ingresaba algún candidato al salón con autorización del profesor de turno para darnos su discurso y motivar el voto a su favor. En el primer semestre de la carrera no entiendes nada de eso, pero se ve como algo grande e importante.
En tercer semestre un par de compañeros descontentos con el gobierno estudiantil de la escuela deciden crear su propio movimiento estudiantil, al cual me uno desde el inicio. Llega la crisis más profunda, 2016, y se activan las protestas. Iniciamos en el Ministerio de Educación protestando porque el comedor estudiantil de la UCV tenía varias semanas cerradas, no había comida en el país, y sin poder comer no podíamos estudiar. Compañeros llegaban tarde a clases luego de desmayarse en el Metro de Caracas de camino a la universidad, la ingesta de calorías diarias se redujo a lo mínimo. La situación, por demás dramática.
Protestas, protestas, protestas. En 2016 había protestas diariamente, principalmente impulsadas desde las misma comunidades, para las cuales ya era insostenible la situación. Por cada prostesta había seguro al menos una persona asesinada en cada jornada.
Me tomó solo el primer día de jornada de protestas en Abril de 2017 para decidir no tomar parte de estas. El 19 de abril de 2017, primer día de la jornada, dos personas fueron asesinadas, una en Caracas y una en San Cristobal a kilómetros de distancia de la capital, ambas bajo el mismo modo: un disparo en la cabeza. Cuando ves dos hechos como tales en un mismo día solo basta pensar que la única estrategia era matar, y ya. Entonces decidí no participar.
El mantenerme alejado físicamente de ese espacio de acción, me permitió ver las cosas un poco diferente y apreciar quizá desde arriba, desde abajo y desde los costados una serie de dinámicas de las cuales estaba siendo parte y con las que vistas con cabeza fría no estaba de acuerdo en seguir. Ese año decidí conscientemente dejar de ser parte del movimiento estudiantil y enfocar todo mi energía en otra área de trabajo.
Fui a ver Simón esta semana porque algunos amigos me la recomendaron y sin duda alguna este filme me enfrentó con varias contradicciones y frustraciones de esos años.
Recordando esos años llegó a mi mente como en ocasiones se vanalizaba la lucha en la búsqueda de obtener encabezados en la prensa internacional, y en como en ocasiones, estar en la foto de primera página se convertía en el trofeo más grande que pudiésemos obtener.
Hace poco me encontré a una de las personas que era candidata a representante estudiantil cuando ingresé en la universidad. Aún recuerdo esa primera semana de clases en la que irrumpió en el salón para compartir con los nuevos ucevistas su discurso. Esta persona sigue siendo representante estudiantil y estudiante de la universidad. Esto es algo que aún no logro entender.
Es cierto que el movimiento estudiantil está repleto de vicios, aunque no soy la persona más adecuada para conversar de ello luego de 6 años fuera de él. La permanencia de liderazgos y la penetración de los partidos políticos que han transferido sus prácticas le ha hecho mucho daño. Esto es cierto. Tan cierto como la crueldad de la tortura y tan cierto como los asesinatos cometidos por parte del Estado.
Puede que mi visión también esté viciada, sin embargo, escuchar a toda una sala de cine riéndose por los comentarios que hace una persona mientras está siendo golpeado hasta la muerte, me hizo pensar que tomé una buena decisión 6 años atrás. La comedia dramática deja de ser graciosa cuando está basada en hechos reales, sin embargo, la memoria es corta y el sadismo no tiene límites.
Este filme llega al país en un período de aparente normalidad y apogeo económico. Enfrenta al país con una herida que no ha sanado, pero que sí se había olvidado que se tenía. Han sido años duros, este filme nos golpea en la cara, y Simón dice: "Recuerda".
- Luis Alvarado Bruzual
Increíble leer los inicios del proceso transformador de una persona que solo lograste visualizar ya su psiquis transforamada en lo etico y estetico
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